miércoles, 14 de enero de 2009


Los arquitectos reflexionan sobre el caos en el entorno urbanoLa arquitectura sostenible es todavía hoy una quimera. Una utopía que la exposición que todavía puede verse en el pabellón español de la Expo de Zaragoza ha querido acercar a la realidad reuniendo a los arquitectos más adelantados, que ya trabajan en esta línea. Algunos de ellos participaron también en las jornadas Zaragoza-Kioto celebradas en el Museo Reina Sofía. Un buen momento para reflexionar sobre el fracaso del caótico entorno urbano actual y concienciarnos de la necesidad de estas "buenas prácticas" arquitectónicas.
Una vez pasada la vorágine inicial de la Expo de Zaragoza y a punto de cerrar sus puertas el Pabellón de España, es un buen momento para reflexionar lo que en torno a todo ello se ha gestado. Y, sobre todo, para analizar la importancia de un ciclo de conferencias celebradas este verano en Madrid, en el Museo Reina Sofía, organizadas por la Sociedad Estatal para Exposiciones Internacionales. Han sido dirigidas por Luis Fernández Galiano, comisario también de la exposición de Arquitecturas para un planeta sostenible, cuya instalación en el pabellón de Francisco Mangado ha sido durante estas semanas un espacio para la reflexión con la exhibición de diez arquitecturas que pretenden crear "otra ciudad, otra casa: la belleza responsable" que Fernández Galiano promulga. Bueno es que el debate haya salido del recinto ferial para ocupar foros de más calado. Y mejor aún que la nueva conciencia colectiva entienda que mucho más que el transporte de personas y mercancías, es la ciudad el sistema que más consume, emite y contamina.La arquitectura como célula del tejido que forma la ciudad tiene mucho que decir para intentar resolver el dilema urbano. La era de lo urbano viene como un tsunami, con estimaciones nada catastrofistas que predicen una duplicación de la población del mundo en los siguientes 50 años, y un acceso a la ciudad de cerca del 90% de estas personas. Todos sabemos que nuestros recursos son limitados y se permite el aumento del consumo generalizado de los recursos para permitir el desarrollo. Los muy optimistas, entre los que me encuentro, confían en que nuestra inteligencia colectiva podrá resolver el dilema urbano, hallando entre nuestras capacidades de adaptación al medio la solución para lograr la armonía perdida no hace tantos años, entre nuestras necesidades y deseos de desarrollo. Además, este siglo tiene que ofrecer este bienestar a todo ser humano. Pero todos sabemos también que con los actuales modelos energéticos, nuestras pautas de consumo, y en nuestro hábitat más primario –las ciudades–, no va a ser posible. La ciudad tal y como la hemos diseñado hasta ahora no tiene solución. Los modelos de crecimiento, las deformaciones por aumento de escala, la incapacidad de incorporar a las edificaciones las tecnologías ya existentes que hagan eficaz la distribución y consumo de la energía y el agua, así como la optimización en la reutilización de nuestros residuos, han transformado la ciudad en un monstruo de apetito incontrolable, tóxico y sucio, que crecerá hasta morir de gula, como si de una premonición se tratara. No estoy hablando de Madrid o Barcelona, ciudades aún amables y limpias, y sí de Shanghai, Lagos, Bombay, México o Lima, cuyo mal ejemplo tienden a seguir por necesidad muchas urbes en el mundo.Las jornadas Zaragoza-Kioto han querido reflexionar con gran amplitud de miras, convocando a los arquitectos que desde su práctica han mostrado sensibilidad hacia estos aspectos medioambientales, desde la estética, la técnica y la filosofía.La sostenibilidad ya es un término débil y sobreutilizado por la corrección política. Habría que promulgar que nuestras acciones tuvieran un impacto positivo en el medio, en la conciencia ciudadana y en los hábitos de vida y consumo. Aquí es donde la arquitectura tiene que ponerse a trabajar. No debemos estar tan preocupados por los "estilos", arquitectónicos o de vida, sino por la transformación radical de nuestros hábitos, abandonando costumbres que hemos ya instalado en nuestro imaginario, como que la ciudad es para los coches, que el suelo tiene precio, y que el entorno urbano es sucio y ruidoso por naturaleza. La ciudad debe cambiar completamente, y la arquitectura también.Los más adelantados han sido convocados para iniciar el debate, aportando todos ellos un brillante diagnóstico y ninguna solución, a excepción de una sutil incorporación práctica de este nuevo espíritu al lenguaje de sus arquitecturas. Entre ellos Lacaton-Vassal, Tuñón y Mansilla, Ábalos y Herreros, Rick Joy, Sauerbruch, Ecosistema Urbano, Lerner, Herzog, Pich-Aguilera y el arquitecto de Burkina Faso, Diébédo Francis Kéré, quien al visitar la Expo y ver el puente de Zaha Hadid lo primero que pensó fue que con lo que ha costado, él podría haber construido 1.000 escuelas en su país.
Antón GARCÍA-ABRIL